Remordimiento Eterno
Mi cuerpo saltó de un brinco… gritos
desgarradores me despertaron; no supe cómo bajé las escaleras, y al llegar a la
cocina vi a mi padre que estaba arrodillado frente a algo que al parecer lo
mantenía inmóvil. Su atención estaba totalmente atrapada, tanto así que al
llamarlo no me escuchó, sus manos estaban ensangrentadas. ¡Padre, papá!
Exclamé, pero fue inútil y era de esperar su mirada y oídos estaban fijos en
aquello.
Papá desde la muerte de mamá se ha
sumergido en un mundo donde no hay cabida para mí y si la hubo era para
recriminarme por la ausencia de ella, desde entonces emprendimos vidas lejanas
dentro de cuatro paredes.
Al recordar a mamá, presentí que
algo horrible había sucedido, bajé los peldaños que nos separaban para hablarle,
pero no pude hallarlo; convencida de su abandono volví a mi habitación
esperanzada de un pronto regreso y agudizando mis sentidos para saber el
momento exacto de su llegada.
Los días en mi cuarto se hicieron
interminables, un extraño frío se apoderaba de mi cuerpo, frío que se extendía
sin dejarme siquiera levantarme, aún así las ganas de saber lo que sucedía, me
hacía recordar a papá y ese rechazo constante hacia mí. Entonces sentí crujir
la puerta. Era él, estaba frente al descansillo, con su abrigo café y el
sombrero que le regalé en su último cumpleaños ¡Dios, que demacrado luce!
Pensé.
Hice gala de todo mi valor y
lo enfrenté, ¿Padre, qué sucede? Por un momento sus ojos me miraron como única
respuesta, se acomodó su abrigo y lentamente acercó sus manos a la boca para
tirarle algo de aire cálido, pues olvidó sus guantes ¡qué despreocupado se ha
vuelto! Corrí en busca de ellos y al pasar por el comedor me fijé en unos
hermosos claveles rojos que yacían sobre la mesa, de pronto caí en la cuenta que
se cumplirían dos años desde la muerte de mamá. Seguí corriendo por los
guantes, pero no los encontré, al volver al descansillo mi padre ya no estaba,
dispuesta a exigirle una explicación recorrí la casa buscándolo y al pasar por
el comedor los claveles habían desaparecido, entonces supe donde encontrarlo
sin duda visitaría a mamá al cementerio ¡qué extraño, todos los años hemos ido
juntos! A pesar de la incomunicación. Y así sin darle importancia al frío de la
calle, corrí tras él.
Al llegar refregué mis ojos
suavemente para no demostrarle que me había molestado su frialdad. Me acerqué
donde estaba arrodillado, los claveles adornaban la tumba como nunca antes,
mientras que mis ojos se centraban en las palabras que tantas veces leí:
“Aquí se encuentra mi amada esposa,
que descansa junto a Dios.”
De pronto observé que habían
aparecido otras:
“Aquí se encuentra mi amada hija, cuya vida le fue arrebatada.”
Trate
de asimilar el llanto desconsolado de mi padre, y el frío que me inundaba,
cuando entonces con esfuerzo papá levantó la vista y con voz temblorosa dijo:
Perdóname hija, por no haber estado contigo cuando te asesinaron.”
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