Ausente

 

Vi llegar desde el monte tres grandes embarcaciones, en ellas hombres muy bien uniformados y armados, quise pensar que vendrían en paz, pues en soles anteriores recibimos el ataque de tribus enemigas, por fortuna salimos vencedores. Al pisar tierra corrí a avisarle al Rey que unos “dioses” habían desembarcado en la isla adentrándose al imperio, esta información produjo una espontánea alegría en el Rey y en quienes estábamos ahí, el Rey propuso celebrar y darles la bienvenida como correspondía organizando una fiesta, fue entonces cuando vi reaccionar a un hombre, quien era la mano consejera del Rey, su nombre hoy ya no lo recuerdo, pero de aspecto malgastado y
robusto, éste se acercó a nosotros y dirigiéndose al Rey dice: 
robusto, éste se acercó a nosotros y dirigiéndose al Rey dice: “Señor, tenga cuidado, quien nos asegura que son dioses y no enemigos, se habla del ataque que recibieron los Aztecas de parte de Alvarado, quien en una fiesta los embistió, no se fíe Señor, y nadie de los que tenemos que velar por la seguridad. “ Y volteándose hacia todos vuelve a esforzar la voz “¿qué es lo que queremos, qué nos masacren y que nuestra cultura y raíces desaparezcan en una noche?  

No señor, hemos luchado por este Imperio.
Lamentablemente tenía razón, y como única respuesta tuvo el apoyo de todos los presente y principalmente del Rey, el hombre propuso armarnos, equipar a las familia, niños, mujeres y ancianos, prepararnos por si una masacre se aproximaba, nos miramos y asentimos con la cabeza, el Rey me pidió que volviera a la caseta y que bajara sólo si una información de peso traía en manos.
En mi camino, la Luna ya era mi compañera y protectora, mis pasos fueron suaves y seguros, al llegar las carabelas arreglaban sus aperos en dirección al mar, imaginé que marcharían. Eso aseguró mi creencia, definitivamente eran “dioses.”
Pasaron soles y tardes largas, sin que del mar se asomara ninguna embarcación, cuando en un descuido con una luna desanimada, las voces de hombres eran exageradamente extrañas, bajé para saber con exactitud que tramaban, esta vez eran sólo dos embarcaciones y una de ellas se marchó, quedando en tierra la más débil, no eran más de seis dioses con vestiduras exageradas y con armaduras en la cintura.
Al regresar al monte un olor extraño y malo se podía sentir, fue entonces cuando Vi mi caseta arder en llamas, corrí en busca de ayuda, cuando unos bruscos brazos sostienen mi cuerpo arrastrándome a su improvisada vivienda, callé, no grite, pues sabía lo que tenían pero no sabía cómo usarlas, mis manos las amarraron con una soga a un árbol grueso, mientras mis ojos se hundían en lágrimas de miedo, los hombres comían como cerdos, y largaban risotadas al aire, era imposible saber el motivo de ellas, no hablábamos la misma lengua…  

Entonces un hombre, se levantó sacó un cuchillo que guardaba en el pie y mientras más cerca estaba, mi cuerpo más temblaba, los hombres guardaron silencio, mientras me soltaba las amarras, besó mis manos, acercó las suyas junto a las mías a sus labios e indicando al Imperio me dejo ir. 

Sin pensar, ni mirar corrí, corrí tan rápido tan fuerte como un animal, que en selva en seguida me encontré con la mano derecha del Rey, tocó mis hombros y me dio seguridad, distante pero seguridad, preguntó por qué corría y en motivo de las llamas de mi caseta; sólo tenía en mente los ojos de aquel hombre, sus labios tocando mis manos, si contaba jamás volvería a ver a mi Capitán, sentí miedo y excuse las llamas, -“ No pude controlar las llamas del fogón de la comida, necesito que calmen el fuego, a donde viviré ahora” Exclamé de la forma más desgraciada posible. Nos encaminamos al Imperio, ambos en silencio absoluto, hasta que levanté la cabeza y le dije; “también traigo información, las carabelas se marcharon, sólo queda una con unos cuantos hombres armados. El hombre sólo asintió con la cabeza, y volvimos al silencio anterior. Al llegar y contarle al Rey lo sucedido, este sólo mandó a unos indios a construirme otra caseta, esta vez más cerca del Imperio, mientras los indio se mantenían ocupados la cocinera del Rey, me ofreció quedarme en su casa en la que estuve sólo dos soles y una luna, al regresar a mi nueva caseta, deseaba volver a verlo, y como única respuesta pasaron sesenta lunas en las que mi mete ya no podía más, entraba en una lluvia de ideas, a pesar de no saber de él. 

Por el mar se acercaban carabelas, no sabía con exactitud cuántas eran, pues pensé que fueron a buscar a su “Gran Dios” para resguardarnos, definitivamente y el ataque que había recibido de su parte era una defensa a lo desconocido; no dudé y llevé el mensaje al Rey, el consejero de él actúo más rápido y le dice que debemos armarnos, el entrenamiento ya estaba acorde a la situación y debíamos hacer algo. 

Al volver a mi caseta pude presentir la existencia de alguien más en ella, al entrar, sentado a un costado de los paños estaba, mi Capitán, camine sin desviar su mirada hacia un cuchillo, que yacía sobre la mesa, se levantó, mirándome a los ojos, sin darme cuenta ya sostenía mis manos, las acarició y recorrió mi cuerpo como nunca antes nadie lo había hecho, en su momento sus ojos negros se fijaron en mi sin pronunciar palabra alguna, nos mantuvimos en silencio, hasta que le pedí que se marchara, trató de hablar con las manos, pero mucho no resultó. Al ver que nada lo hacía marcharse, caminé hacia la puerta, fue cuando del brazo me dio vuelta y sus labios estaban a medias de besarse con los míos y tartamudeando mi idioma, me dijo: ”Eres preciosa, no quiero hacerte daño” y de un beso comenzó nuestro amor, hasta que el sol se nos unió.

Como despedida me pidió que le enseñara a comunicarse con los indios, pasamos juntos varios soles en los en aprendió y también yo de él, ahí supe que no eran “dioses” sino hombres, españoles que venían a adueñarse de nuestras tierras.
Cuando nos volvimos a encontrar a un costado del río, me confesó lo que intentaban hacerle a nuestro Impero, juré silencio, pero mi naturaleza va más allá de las pasiones, pasamos ese sol juntos hasta que la luna nos separó, y entonces corrí al Imperio a encontrar al Rey y le conté sobre un supuesto ataque dentro de cinco soles, que esos hombres no eran dioses, sino españoles, el Rey mandó inmediatamente vigías a los alrededores del Imperio.
Mi capitán pasó junto al monte, para contarme que su General, le había contado que habían atacado la tribu de los “ARAWAK” que saquearon el oro, atropellaron a mujeres, niños y ancianos y que venían hacia estas tierras; quedé tan aterrada que no esperé más, me armé de fuerzas y me adentré a la selva, llegando al Imperio respire de la luna que me acompañaba para no levantar sospecha, la tribu estaba preparada, teníamos suficientes trampas, armamos a los hombres, niños, mujeres y ancianos, planeamos una defensa y me marché para avisar el momento exacto del ataque. Al llegar al monte escuché gritos, no exagerados pero tampoco comunes, y provenían precisamente de los españoles, me mezclé en la selva y pude ver como los españoles apuntaban a mi capitán con un pedazo de tronco, relacioné la ultima vez juntos, y el español que nos vio, de inmediato supe que estaba ahí por mi culpa, en la tierra yacían papiros y en una improvisada mesa en la cual apoyan bruscamente obligando a mi capitán a escribir algo al parecer importante, seguía muy atenta a lo que podía pasar, entonces una chinchilla roza mis pies descalzos produciendo un ruido incontenible, que distrajo a los españoles, y sin mirar atrás y sin parar de correr escapaba y sabía que en cualquier error los españoles me apresaban; corrí hasta estar a salvo en mi caseta y caí rendida sin siquiera poder entrar, lloré, llanto imposible de consolar. Pasé tres lunas tendida en la caseta, y con la luna apuesta, llega un indio del Imperio a enviarme un mensaje del Rey, pues éste quería tenernos a todos cerca, para un cambio de planes, y junto al sol desalojar a los niños y mujeres. No pensé sin preocuparme de nada nos marchamos hacía el imperio.
A pocas de llegar al imperio el indio se adelantó, pocos pasos antes un indio malogrado y asustado me observaba, intenté ignorarlo, pero mientras más me acercaba pude sentir su aroma, tomó mis manos y corrimos sin que nadie sospechara de su presencia, ¡Capitán! Intente decir, pero se adelantó, pero se apresuró en decirme que los españoles atacarían al imperio cuando el sol aparezca, besó mis manos y corrió forzosamente, vi pasmada como se alejaba, presentía que algo le pasaría, cuando en eso un ruido espantoso lo derrotaba, y se desvanecía, pude ver como moría el único hombre que se atrevió a besar mis manos.
Corrí para advertir al Rey lo que pasaría cuando llegara el Sol, pero era tarde los españoles se adentraron al imperio, los niños lloraban y las mujeres gritaban, ellas corrían de un lado al otro, los enemigos llegaron en animales extraños, de cuatro patas que aplastaban niños y ancianos arrasaban todo a su paso, era la masacre que temíamos hace mucho. Logré escapar sin consuelo alguno, corrí como animal existente, cuando llegué a la cima del monte me sentí un poco más segura, entonces pude ver con más amplitud la masacre de los españoles.

Pasaron sesenta, setenta y hasta cien soles y lunas, y la masacre y la masacre sigue tan vigente como el primer día, los cristianos sólo querían nuestras riquezas y subir de estados muy altos, a los hombres les cortaban la cabeza, los quemaban a fuego lento, y amaestraron a perros bravísimos que al ver a un indio escapar los atrapaban y comían, a las mujeres las violaban y eran explotadas laboralmente, era toda una dura, cruel e injusta “conquista” la peor matanza, la más cruel y desnaturalizada de vida alguna, lo más triste de aquel ataque es que han pasado los años, siglos y décadas, y este día se celebra, festejan y honran a los hombres de la raza más cruel de este mundo, y nosotros, nosotros que luchamos por nuestras raíces, hoy estamos desapareciendo, por la intolerancia y poca cultura.


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