Común Inconsciencia

 

Pude percibir entre los presentes que en su mirada escondía un odio penetrante simulado con una pena y desconsuelo, esa actitud en la que todos muy sínicamente y casi por cortesía acariciaban su espalda. Por el contrario, preferí no acercarme y mirar sus ojos casi regalándole confianza, pero fue inútil, no levantó la vista más que para rechazar un café. 

La luna ya se hacía partícipe de esta fría reunión de vecinos empeñados en dividir la plaza de juegos de los niños, por rivalidades administrativas en la que el lucro personal y la falta de común-unidad se vio privilegiada, cuando entonces los disparates e ideas egoístas comienzan a inundar la sala, muchos de nosotros comenzábamos a retirarnos, entre ellos, esa mirada de odio que anteriormente observaba, ahora me perseguía. Caminé rápidamente por el parque, con el temor de conversar y con la certeza de haberla perdido, al llegar a casa, con el pecho oprimido vi todo el jardín destruido, la bicicleta en el suelo, las calas marchitas, el laurel seco y todo mi trabajo y perseverancia de mantenerlo vivo, se desvaneció; no fui capaz de mirar más allá y partí en busca de esa mirada egoísta que me perseguía con la seguridad de su culpabilidad, de encarar su crueldad y poca convivencia, pero al recorrer varias veces el condominio no pude encontrarla, así que volví a casa desconsolada y un tanto amargada, la verdad es que sentía tanta rabia por los vecinos, por la poca consideración, por la falta de entendimiento y respeto que me rendí ante el cansancio.   

El sol yacía en mi ventana, mis ojos lentamente se abrían y pude sentir el retumbo de la puerta principal.

Algo descolocada bajé rápidamente los peldaños que me separaban del inesperado sonido. Al abrir la puerta cinco mujeres completamente desconocidas estaban con rostros de incertidumbre casi exigiéndome respuesta. Sin poder expresarme y casi por instinto las hice pasar, al cruzar el descansillo siento como una de ellas comienza a pedir explicaciones de lo que pasó en mi jardín y antes que pudiera responder, narran cómo me sulfuré, la pésima relación y convivencia que he tenido con el vecindario, que haberme retirado de la reunión sólo empeoró la situación, pasmada sólo podía escuchar y asombrarme al darme cuenta que la falta de compañerismo que tanto alegaba, del desaire de los vecinos, del poco vivir con la común-unidad y esa mirada de odio y rencor penetrante que me perseguía, era mi sombra.

Mi falta de solidaridad con los que están a mi lado, el mirar más allá de mis narices, que la vida se vive y disfruta en su totalidad haciendo partícipes a personas anexas a nuestras familias.

Aturdida y completamente avergonzada entablé lazos amistosos, cristianos y primordialmente comencé a sonreír. La verdad es que entre tantos pesares y sombras que sobrecargaban mi diario vivir, permanecieron latentes personas que tenaces cambiaron mi visión de vivir, ayudándome a vivir.

Comentarios